EL BUCLE (TAUTOLÓGICO) DE LA IDENTIDAD Y EL ESTADO
Me ha venido a la cabeza un libro especialmente provocador
publicado en 1997, en años de fuego y plomo: “El bucle melancólico” de Jon
Juaristi. Provocador por lo que tenía de osadía, no sólo intelectual en aquel
tiempo, su irrupción analítica en el mundo de simbologías y mitos del
nacionalismo vasco, de ciertas claves necesarias para su surgimiento y
consolidación e incluso algunas de las especulaciones más o menos entretenidas
sobre los posibles orígenes del pueblo vasco (Atlántida incluida) en la
infatigable búsqueda nacionalista de arcadias con las cuales ensanchar el
espacio del sentimiento de pérdida, agónico, que toda mitología nacionalista
debe revelar para implantarse. Para muchos de sus detractores, sin duda el
revuelo y la indignación causada en su día por el desafío intelectual que
supuso aquella crítica a determinados tabús medulares del discurso nacionalista
vasco, se justificaría hoy viendo la trayectoria personal y política de su
autor, que desde la militancia en la ETA recién surgida en los últimos años de
la década de los 60, y pasando por diferentes militancias en la geografía de la
izquierda radical y constitucionalista, finalmente se sitúa en el campo
conservador y asume activamente la defensa del nacionalismo español.
Y es que el sistema de construcción binario de identidades
puede operar con los mismos mecanismos en cualquiera de los sentidos. ¿No
parece en muchas ocasiones que los instrumentos o procesos de cualquier naturaleza –emocional,
protohistórica, económica…- aprovechados para solidificar un determinado caldo
identitario que señala a un ‘otro’ agresor, son precisamente los mismos, o muy
análogos, a los que puede recurrir el ‘otro’ para justificar su propia
existencia y expansión en contraposición al primero? ¿No se construye cualquier
alteridad con los mismos procesos y claves que el ‘otro’, situado en extramuros,
utilizará a su vez para finalmente crear un bucle borrascoso, tautológico y
paralizante? A su vez, ¿no están todas las identidades concurrentes
aguijoneadas por las mismas señas referidas a la nación y el estado-nación, la
lengua, la cultura, la identidad nacional, la memoria histórica, la
globalización en todas sus vertientes, la inmigración, la interculturalidad y
la necesidad de establecer una nueva ciudadanía competitiva, y comparten e
influyen mutuamente para afrontar estos problemas?
En el pasado, a partir de las revoluciones burguesas ¿qué
causas impulsaron la creación de estados nacionales? Se suelen citar, como básicas,
la de encontrar un marco adecuado para el propósito de estructuración económica,
el ordenamiento social e institucionalización política a los que aspiraba la
burguesía, la creación de un único marco de acción política, eliminando todo
particularismo y privilegio local (era necesario que nada escapara a la
fiscalización y control del poder del estado-nación), la ruptura con cualquier
vestigio de feudalismo y la instauración de un sistema que hacía hincapié en el
derecho del hombre al disfrute de las libertades según el postulado de igualdad
ante la ley (con esto se creaban el sustrato de solidaridad y conciencia
comunes necesario para integrar a todos los miembros de la nación).
Al identificar la burguesía la nación con el estado, sus
límites territoriales definirían el área de mercado integrado y homogéneo de
los diferentes productos nacionales. Era necesario que el estado impidiera competencias
ajenas mediante la adopción de medidas proteccionistas. El capitalismo financiero
hizo más necesario el fortalecimiento de los estados nacionales como áreas de
mercado. La burguesía perseguía una finalidad social en unos momentos en los que
la lucha de clases empezaba a agudizarse gracias a la aparición de
organizaciones obreras. La nación, como idea y realidad que integraba a todos
los ciudadanos, se iba a convertir en el marco y fin de toda actividad:
contribuir a las tareas que implicaran un beneficio para la nación era, por lo
tanto, un deber de todos. La nación estaba por encima de todo el mundo y
englobaba a todas las clases sociales, convirtiéndose en un ámbito en el que se
podrían resolver los conflictos sin que existiera el peligro de una lucha
abierta entre las diferentes clases sociales.
Estamos, pues, en un escenario totalmente distinto. La
economía, y más concretamente su sistema financiero, resulta inviable en un
contexto nacional cerrado, y la mundialización comercial, de capitales,
demográfica, cultural y simbólica está abriendo la puerta a una revolución en
medio de la cual nos situamos en este tiempo. No hay ya sistemas absolutistas
que derribar y las clases sociales deberán reformularse, desaparecer o emerger
como fruto de las nuevas realidades geoestratégicas del sistema
innovación-producción-consumo, el control sobre las materias primas, los
procesos demográficos (en los que el envejecimiento de la población, las
migraciones y las diferentes saturaciones
jugarán un papel clave) y el cambio del concepto de trabajo.
Hoy, más que nunca, las
naciones son, en realidad, comunidades imaginadas, como dice Benedict
Anderson, pero es cierto que esto no significa que sean irreales o inexistentes.
Y es que las naciones, a pesar de toda una serie de elementos para su
explicación objetiva como pueden ser la economía, el paisaje, la historia, la
simbología o la lengua, son realidades que para existir y ser como son dependen
necesariamente de las actitudes proposicionales de los individuos que las
integran. Aceptemos que las naciones son un fenómeno de conciencia colectiva,
pero esto no nos debería llevar a pensar que su articulación política no sea
torpe en su adaptación al nuevo tiempo histórico, a la nueva civilización que
se alumbra, si no está presente ya aunque no seamos capaces de definirla.
Es necesaria la ruptura con la alteridad que se resuelve
únicamente con un finalismo estatalista para todo tipo de identidad que, aunque
consolidada como conciencia colectiva, en muchos casos niega implícita o
explícitamente la enorme homologación elemental, cultural y simbólica que
presentan las diferentes referencias nacionales en nuestro territorio
geográfico, en la misma medida que son ciertas e igualmente considerables sus señas
identificativas. Afirmación que no oculta la evidente renuencia del
‘nacionalismo completo’ y hegemónico, el español, a considerar en un plano de
aceptación mutua las realidades y proposiciones derivadas de la plurinacionalidad
del estado.
Con todo, parece llegado el momento de romper el bucle
melancólico y tautológico de acusaciones mutuas y respuestas simétricas –acción/reacción-
, de considerar la posibilidad de la comunidad plurinacional pacífica, abierta
y plural, siempre que se acuerde un compromiso inicial a favor de la
contemporaneidad del pensamiento, descartando la constante “invención de la
tradición” con la que tan acertadamente definió Eric Hosbawm la cansina
creatividad invertida en la construcción de imaginarios, hasta llegar incluso a
la contra-ciencia y al absurdo para justificar la existencia de constructos de
nacionalismo esencialista, fuera de lugar en la sociedad de nuestros días, en
los que parece que el debilitamiento del estado-nación, debido a los mismos
problemas globales compartidos, ha convertido la argumentación política y
social en un discurso fundamentalmente cultural e identitario cuando, por otra parte,
trata de justificar una evidente intención principal por constituir un nuevo espacio
de poder y dominación.
(Adaptación basada en el documento "La deconstrucción de las identidades" de Joan Campàs Montaner)
(Adaptación basada en el documento "La deconstrucción de las identidades" de Joan Campàs Montaner)
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